ISBN 978-958-9233-68-9
104 pg. 2017. Colección Los Conjurados
comunpresencia@yahoo.com
Obra pictórica: Gloria Ávila Pinto
Boris Julián Pinto. Médico cirujano, bioeticista, especialista en Creación Narrativa
de la Universidad Central, profesor e investigador en el campo de la bioética
clínica y profesor invitado al programa de maestría en Creación Literaria de la
Universidad Central. Autor de varios trabajos académicos publicados en libros y
revistas nacionales e internacionales. Su cuento Fabulista (1991)
obtuvo el tercer lugar en el “Concurso
de Cuento de la Revista Rapsodia” de
la Universidad Nacional de Colombia. El libro Selah, o el
masquil de amores fue finalista en el “Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá”, convocado por el Ministerio de Cultura (2005). Barcas de
libertad fue finalista en el “Concurso
Internacional de Ensayo Caminos de la Libertad” (2011). No me entierres en la nieve fue finalista en el “II Premio Nacional de Cuento”
Convocado por la Fundación La Cueva (2012). No me entierres en la nieve y otro
relatos, es su primer libro de cuentos.
Amelia Patria (Fragmento)
(a Bela Bartok y Zoltan
Kodaly)
Llegó precedida por el olor de las azucenas. Entró como una reina en su litera tapizada
con pieles manchadas de tejones, flotando sobre los hombros de seis
eunucos
sudorosos que miraban el viento sin parpadear. Los habitantes del cementerio blanco
fueron los primeros en saludar el séquito
real
de enanos sonrientes, funámbulos y volatineros, encantadores de flautas, buhoneros de largos sombreros, bebedores de serpientes y domadores
de cuervos.
Detrás, llegaron los
vivos a recibir la visita inesperada de tan lejanas tierras que avanzaba en medio del polvo, los azotes de los cueros de las tamboras, la mirada enajenada de los niños descalzos y la correría de sus madres, lavanderas,
molineras, pilanderas,
que
sabían
descamar el pescado y componerlo en salmuera.
La reina y su pueblo recorrieron las calles arenosas de los difuntos, de los espantos, la
calle del obispo, de los
gaiteros, de las fatigas.
La procesión se detuvo con los tambores
en el viejo solar de los platanales que ofrecía su penacho de sombras a los cansados
caminantes de otras costas, y Amelia, ¿cómo no iba a llevar flores en su frente
y azucenas y castañuelas fragantes en su cintura?, tejidas con tallos de bejucos silvestres que colgaban como campanitas de las borlas de su falda de muchos colores, como alas de guacamayas.
Bajó de su litera. La corte de vasallos deformes,
graciosos, de lenguas incomprensibles, se ordenaron a lado y lado para permitir la entrada de su majestad en aquel templo de
lonas
bordadas en las nubes que tuvo que caer del cielo pues nadie, ¡por Dios, nadie!,
vio antes albañiles trabajando en el palenque, ni en el esqueleto de maderas, ni en el terraplén; nadie vio templar las estacas de la empalizada con cuerdas trenzadas; nadie, nadie escuchó el fragor de los martillos nocturnos, ni la voracidad de las sierras, ni en el muelle que saluda el río se oyeron llegar armadías para construir este palacio de delirios y de espejos, cuya carpa de lonas nos cayó del cielo mientras dormíamos alguna de nuestras eternas
noches sin desvelos.
Amelia, gitana de todas las patrias, entró en su santuario. Millares de pétalos, como
alas de rosas y
camedrios, llovieron sobre la arena mientras alguno de los eunucos
abría las jaulas brillantes. Decenas de palomas ebrias, blancas, grises, se treparon con
su sombra a los travesaños de las graderías, a las vigas, al artesonado de maderas de
ciprés, y dejaron caer algunas plumas silenciosas. Volvieron las tamboras, las danzas de Amelia que hacía sonar las campanitas, su corona de azucenas. ¿Cómo no iba a llevar flores en su frente? Entre tamboras y acrobacias, el pueblo de los vivos y los muertos
del
cementerio blanco contempló los
números asombrosos de
Amelia Patria y su
séquito de ilusiones: los enanos multiplicaban malabares jugando con diábolos de fuego; funámbulos que caminaban sobre hilos invisibles en las alturas; maromeros con
alas de Ícaro volando muy cerca
del
sol; jovencitas
con trajes de
escamas, como
salamandras fantásticas; los domadores hacían hablar
a los cuervos como loros; los flautistas hacían cantar sus cascabeles
y los buhoneros de bohemia recorrían las graderías
ofreciendo entelequias y espejismos a cambio de unas pocas monedas en la campana de los sombreros.