JOSÉ CHALARCA - Trilogio



Trilogio
ISBN 958-95209-6-0
Colección Los Conjurados
comunpresencia@yahoo.com
Obra pictórica: David Manzur

(Manizales, Colombia, 1941). Ha publicado tres libros de cuentos: Color de hormiga (1973), El contador de cuentos (1980), y Las muertes de Caín (1993); tres de ensayo: El oficio de preguntar (1983), Yourcenar o la profundidad (1987) y La escritura como pasión (1996). Es autor de dos obras para niños: Diario de una infancia (1984) y Aventuras ilustradas del café (1989). Actualmente trabaja en un libro de ensayos sobre la literatura de la segunda mitad del siglo XX, titulado El Biblonauta. Su antología de cuentos Trilogio apareció en la Colección internacional Los Conjurados (2001) de Común Presencia Editores.


LUCERO
Para Leonel Góngora

Le dije a papá que eran muchas cosas, que no debíamos echar­las todas en un sólo viaje. Pero no me hizo caso.
A esa hora –casi las seis de la tarde–, estaba de mal humor. Era el final de un día difícil, pesado; no habíamos logrado conseguir ningún trabajo y la espera resulta siempre más fatigosa que la acción.
Yo estaba hambriento; apenas tomamos un vaso de leche a la hora del almuerzo y tenía –literalmente–, el estómago pegado a las costillas.
Cuando llegó la señora y después de discutir con varios carretilleros y se avino al precio fijado por papá sin ver las muchas cosas que era necesario movilizar, yo sentí una mezcla de alegría y de pena. De un lado la perspectiva de regresar a casa; de otro el esfuerzo que tendría que hacer el pobre Lucero, nues­tro caballo.
Entre los dos terminamos de subir los corotos a la carretil­la como a las seis y media y de inmediato iniciamos la marcha. El trayecto era corto pero casi todo por una de las más empinadas calles de Manizales.
Yo iba detrás halando la carretilla, con todas las pocas fuerzas de mis diez años. Faltaba una parte escasa del recorrido y de pronto Lucero pisó en falso y se fue al suelo sobre sus manos. El impacto del golpe rompió los lazos y todos los enseres que transportaba la carretilla se esparcieron por la calle.
Papá desenganchó a Lucero que no pudo pararse. Rápidamente terminamos de arrimar a hombro las cosas del trasteo y volvimos a ver lo que ocurría al animal.
Tenía la mano derecha fracturada. Cuando miré a sus ojos grandes diciéndome el dolor que padecía, sentí que el mundo se derrumbaba a mi alrededor. Hice un esfuerzo para contener las lágrimas; delante de papá no se podía llorar porque era un fanático de la sentencia: “los hombres no lloran”.
Dijo entonces que no había nada que hacer y se fue en búsqueda de un policía que rematara a Lucero de un tiro de revólver. Cuando el agente cumplió su cometido tuve entonces plena conciencia de que con el caballo se iba una amistad entrañable y se precipitaba sobre nuestro hogar una densa sombra de hambre y de penuria.
Un circo que hacía temporada en Manizales compró a papá el caballo para alimento de las fieras. Le dieron treinta y cinco pesos, más dos entradas para la función de la noche en locali­dades de platea.
Aunque era el primer circo de mi vida, con la complicidad de la semipenumbra dejé correr mi llanto y recé por Lucero durante todo el espectáculo. Desde entonces nunca he podido gustar del circo.

Derechos reservados
© José Chalarca