MARIBEL GARCÍA MORALES - Los matices de Eva



Los matices de Eva
ISBN 958-97417-2-X
Colección Los Conjurados

comunpresencia@yahoo.com
Obra pictórica: Luis Cabrera


(Tunja - Colombia). Licenciada en Idiomas de la UPTC. Realizó estudios de Lingüística y Literatura Hispanoamericana en el Instituto Caro y Cuervo. Traductora, editora e investigadora. En 1995 obtuvo Mención de Honor en el Concurso Internacional de Cuento Prensa Nueva. Sus relatos, traducciones del inglés y sus artículos, han sido publicados en diferentes libros y revistas nacionales. Actualmente está vinculada al área de fomento del Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá (ICBA) y adelanta un estudio sobre la Literatura escrita en la ciudad de Tunja desde la Colonia hasta las últimas décadas del siglo XX. En el año 2004 la Colección Los Conjurados publicó Los matices de Eva.

LA MUJER DE AGUA
Meditando sobre las precauciones que habría de tomar, la mujer dirigió su cristalino cuerpo hacia la playa. En ese momento lo vio y supo que ya nunca podría estar lejos de él.
Decidida, se prendió a su pie y en la intimidad de la ducha cada mañana lo acarició con fruición entregándole con amor su femenina presencia. El hombre no supo nunca de aquella salina amante que, en secreto, se fue yendo por entre la rejilla de su baño.


LA MUJER DE AIRE
orbellina vagó por el mundo devastando con su bella forma de aire. El otoño la llevó al hombre que la sedujo; y allí, en mitad del ensueño, apenas sintió cuando se deslizó el tapón que la dejó atrapada para siempre en ese corazón vacío.


LA MUJER DE BÁLSAMO
e pareció que el perfume era barato; su cabello, sin embargo, resultó ser cálido y sedoso, como una noche frágil en antigua compañía. La había recogido a la salida del templo y llevado a mi posada. En sus ojos negros no hubo luz, ni llanto. Se arrodilló y con cuidado me lavó los pies; de sus ropas sacó un frasco aromatizado, igual al que antes le había visto, y me acarició hasta hacerme sentir una condición primitiva de bienestar.
Su cabellera húmeda sobre mis muslos, bien valía las treinta monedas. Con gusto le alargué la bolsa. Retiró su mano y me miró con desprecio.
El perfume es el mismo pero no el ungido ­­–dijo y se fue sin voltear el rostro.
Una risa como de pájaros me sobresaltó. Miré por la ventana y vi que la rama frondosa de un árbol se confundía con los tres maderos en donde pendían los cuerpos inertes de los ajusticiados. Mientras acariciaba las monedas, sentí una extraña opresión en el cuello.